16 dic 2010

La cultura de masas ¿es realmente libre?


El sábado pasado, mientras llevábamos el material de grabación de las jornadas de Sin Permiso al estudio de Pau, estuvimos hablando él, Juan y yo por el camino. Yo hice un comentario acerca de este nuevo tipo de programas basura en que se exhiben sin ningún pudor las mansiones, los coches y yates de lujo o los hoteles de cinco estrellas con que los ricos creen que viven mejor que nosotros y esperan ser los amos del mundo (y lo digo en estos términos porque los ricos, en realidad, son gente muy estúpida, que se cree sus propias mentiras).

Inmediatamente surgió -no recuerdo quien fue que lo dijo- la conclusión más fácil de argumentar y más obvia: "es lo que la gente quiere ver".

Sí, es cierto. La gente prefiere ver este tipo de programas antes que, por ejemplo, un documental. O mejor dicho, existe un público más amplio para este tipo de programas que para otros, considerados "más sesudos", o "más serios".

Lo que ocurre es que si nos quedamos con ese pensamiento -demasiado superficial- no entendemos nada, o lo que es peor, nos engañamos a nosotros mismos.

Siempre me ha inquietado este tema. Recuerdo que en mi infancia la televisión que había se parecía poco -o muy poco- a la programación que domina hoy en día la parrilla televisiva. El concepto de "televisión basura" simplemente no existía. La televisión franquista, por ejemplo, programaba obras de teatro de autores clásicos -y no tan clásicos. Existían programas ligeros como el "Un dos tres" (en los cuales los concursantes debían demostrar un mínimo de cultura para poder ganar) pero nada que ver con la frivolidad reinante hoy en día. "Los gustos cambian". Sí, pero, ¿qué los hace cambiar?

Esto me remite a la teoría de la hegemonía cultural de Gramsci, al que estoy releyendo estos días. Gramsci se dio cuenta de que la dominación de una clase sobre otra no es posible empleando únicamente la fuerza. La clase dominante necesita para mantenerse en su sitio y protegerse de sus dominados asegurar su hegemonía cultural sobre ellos ("las ideas dominantes de una época son las de la clase dominante", como decían Marx y Engels), es decir, hacerles pensar como quieren ellos que piensen.

A lo largo de la historia la forma en que la clase capitalista ha desplegado su hegemonía sobre la clase obrera ha variado con el tiempo. Al principio, las diferentes iglesias cristianas jugaron un papel protagonista a la hora de inocular en el pueblo ideas que acabaran por convencerle de que si existían ricos y pobres es porque así lo deseaba Dios. Me gustaría demostrar esto citando al Padre de la Iglesia Pablo de Tarso, cuyas palabras son elocuentes:

"Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación." (Epístola a los Romanos, 13, 1 y 2)

Más claro no puede quedar. Dios castigará con las penas del infierno a aquellos que se atrevan a alzar su mano contra la "autoridad", que para un marxista sólo quiere decir una cosa: el capitalista.

Con el tiempo la religión cristiana ha ido perdiendo adeptos, sobre todo porque sus ideales ascéticos (destinados al pueblo, no a la clase dominante, que siempre ha vivido rodeada de lujos mientras fingía adorar al Dios de los pobres) se avienen poco con la cultura consumista que necesita el capitalismo para que la rueda de los beneficios no deje de girar. Pero también porque se fue creando una cultura política contraria a la religión y contraria al orden establecido, cultura política que -lamentablemente- ha acabado por ser absorbida por el sistema, despojándola de sus elementos más peligrosos y reduciéndola a una caricatura de lo que fue.

Antes de que eso sucediera, el capitalismo necesitaba crear urgentemente una cultura que cubriera el hueco dejado por la religión y que, al mismo tiempo, combatiera con éxito la emergencia de una cultura de base socialista, republicana, democrática, que amenazaba con extenderse al conjunto de la población y con acabar de una vez por todas con la dominación de una clase sobre otra. Recordemos la frase con la que comienza el Manifiesto Comunista: "Un fantasma recorre Europa..." Ese fantasma era el comunismo, por supuesto, pero también (y ambos son las dos caras de una sola moneda) era el fantasma del deseo de instrucción de la clase obrera, porque ésta intuía que saber leer y escribir le iba a proporcionar las herramientas imprescindibles para su emancipación. De ahí surgieron las escuelas nocturnas, la costumbre de leer el periódico en voz alta en las tabernas, los ateneos, las bibliotecas populares, los periódicos obreros, y toda una serie de intelectuales nacidos del pueblo o cercanos a él, comprometidos con la causa de la justicia social y de la libertad.

La burguesía supo oponer a dicha cultura otra, denominada "de masas" (pero que sería mejor llamar "para las masas"), apoyada en los logros técnicos que la Segunda Revolución Industrial puso a su alcance para recuperar la hegemonía que el movimiento obrero le estaba disputando. Así, el desarrollo de la prensa escrita, de la fotografía, la radio, el cine y, finalmente, la reina de todas ellas -la televisión- dio a la clase capitalista los medios para derrotar por k.o. técnico a la clase obrera, incapaz de competir con sus escasos recursos contra tal despliegue. Surgieron cosas como el "star system" que logró copar la industria del espectáculo. Hasta entonces, en el teatro aún tenían cabida autores opuestos al sistema capitalista, pero con la explotación industrial del cine se hizo muy difícil que un empresario arriesgara los grandes costos que suponía hacer una película enfrentándose con la censura y con las presiones de la propia industria. Para lograr atraer al público a las pantallas de cine se crearon figuras míticas, versiones modernas de los viejos dioses -utilizando para ello el enorme poder de seducción de la imagen en movimiento- figuras hechas a medida de la industria, que supo explotar los deseos y frustraciones más íntimos de las personas de extracción social más baja -el público por excelencia del cine y luego de la televisión-: su frustración sexual, su anhelo de ascender en la escala social y también -por qué no- su sed de justicia, sus ganas de vengarse de los "malos" que pueblan las pantallas, y por extensión, el mundo. El cine -y luego la televisión- demostraron así su poder de catarsis.

Pero repito: las ideas que mostraban un deseo genuino de emancipación social no lograban apenas filtrarse entre los estrechos márgenes en que se movía la industria cinematográfica, debido a las altas inversiones de capital que requiere y el monopolio que ejercía -y que todavía ejerce- Hollywood. Sucedió lo mismo con los periódicos. Los costos de editar un periódico aumentaron de tal forma que lograron convertir a la prensa en un negocio prácticamente reservado a los capitalistas. Resultado: la prensa obrera hasta entonces existente, prácticamente desapareció.

¿Y la publicidad? La publicidad fue la clave de todo este cambio. Permitió que la misma clase obrera a la cual iba dirigido un flujo continuo de mensajes contrarios a sus intereses de clase financiara con su propio dinero tal lavado de cerebro. Es conocida la utilización que la industria hizo del cine para extender entre la población el hábito del tabaco haciendo que sus estrellas fumasen en todas las películas y convirtiendo el cigarrillo humeante colgando de la comisura del labio en todo un símbolo de libertad, de independencia y de potencia sexual del macho (más adelante harían lo mismo con la mujer y su deseo de liberarse del dominio masculino). Este tipo de manipulaciones se practica continuamente y se ha extendido al terreno de la política. Hoy en día la imagen lo es todo. La substancia, nada.

La publicidad ha demostrado ser un extraordinario sistema de selección de los contenidos que se ofrecen a las masas. Un anunciante x retirará su publicidad de un medio en el cual se le critique directamente a él, o a los de su sector empresarial, por sus prácticas nocivas con el medio ambiente, o porque éstas atentan contra los derechos de los trabajadores. Un anunciante x preferirá anunciarse en un medio que alabe y justifique el sistema económico vigente antes que en uno que haga lo contrario. Un anunciante x mantendrá su publicidad en aquel medio que se preocupe por estimular el consumo de sus productos mediante reportajes que ensalzan sus excelentes virtudes porque ello hará subir las ventas. De esta forma, la publicidad logra invertir el modo normal en que debería ser creada cualquier manifestación cultural. Son los creadores de cultura los que deben adaptarse a las exigencias de la publicidad. El mercado no vende lo que le gusta a la gente sino que es al revés: la gente consume lo que el mercado quiere, que no tiene por qué ser lo mejor, de hecho, acostumbra a ser de la peor calidad posible.

Lo perverso de todo esto es que logran convencernos de que se trata de una elección libre, de que el mercado es neutral y se basa en la libre concurrencia, en mantener un equilibrio entre oferta y demanda en el que el consumidor tiene la última palabra. Y no es así, ni mucho menos, porque existe una industria del marqueting altamente sofisticada, capaz de venderle al público cualquier cosa. ¿Por qué la gente prefiere antes ver a Belén Esteban que a Noam Chomsky por televisión? En primer lugar porque la mayoría no sabe quien es Noam Chomsky. En segundo lugar porque alrededor de Noam Chomsky no se ha creado ningún mecanismo de marqueting concebido para "vender" su imagen y hacer que conecte con las masas, como sí se ha hecho con Belén Esteban. En tercer lugar porque Noam Chomsky no se adapta bien al actual formato televisivo, que exige una concreción y una simplicidad intelectual que le expulsa automáticamente de las pantallas. En cuarto lugar porque existe una censura previa, aunque se intente disimularla bajo un manto de decisiones motivadas por la "audiencia", una censura que funciona porque la mayoría de nosotros preferimos conservar nuestro puesto de trabajo antes que arriesgarlo poniendo furiosos a nuestros jefes. Los mismos que programan la televisión han sido previamente "programados" por el sistema.

En definitiva, la elección del público no ha sido tomada libremente. Cuando pones en marcha el aparato te encuentras con una oferta limitadísima, que se reduce a: ver un programa basura, ver un partido de fútbol, ver una película made in Hollywood (nunca más antigua de 10 años).

¿Se le puede llamar a eso libertad de expresión?

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